Hoy era uno de esos días en los que quería aferrarse con uñas y dientes a su locura pero las noticias que llegaban del mundo en que vivía no hacían más que arrastrarlo de su idílico retiro y meterlo de lleno en el fango de la realidad.
Sus sentidos luchaban por no recopilar tanto dolor y sufrimiento pero por más que lo intentaban cada noticia era absorbida rápidamente por ellos y a la vez se borraba la sonrisa ingenua que presidía su rostro jornada tras jornada.
Él sabía que todo esto no podía durar para siempre, pero el mero hecho de pasar un día así, ya era demasiado para su corazón delicado. Siempre había buscado reflejar su alegría en los demás, sin importarle si quiera si eran conocidos o no. Su locura le hacía pensar que todo el mundo se merecía ser feliz y que él iba a luchar con todos los medios a su alcance para que así fuese. Su alma soñadora le invitaba a seguir su camino, le incitaba a repartir sonrisas allá donde fuesen necesarias e intentar hacer de este mundo un lugar mejor.
Sus ojos azules, adornados con el brillo cristalino de la lágrima que está a punto de nacer hacían de su rostro un derrotado más que poco a poco se dejaba convencer de que la solución no estaba en su mano.
Sus pasos le llevaban a seguir a las masas, su cabeza adoptó la postura cabizbaja de los que le rodeaban, hasta que el destino quiso que pasara delante de un gran espejo, ante su reflejo su boca dibujó de manera instintiva una gran sonrisa y, justo en ese preciso momento se dio cuenta que a lo mejor la solución no iba a ser fácil, pero que mientras mantuviera la sonrisa todo sería más llevadero y comenzó a reir como un loco, un bendito loco.
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