domingo, 10 de marzo de 2013

Se acabó.


 Y allí se encontraba, sentado en una esquina de su habitación sin ser capaz de mirar por la ventana, pensativo y tembloroso...Sabía que fuera de esa cárcel tenía que existir algo bueno, algo hecho para él, algo con lo que sentirse útil, algo que le hiciese, de una vez por todas, olvidar lo que fue y centrarse en lo que se prometió llegar a ser...Algo que le permitiera desplegar sus alas y volver a volar como antaño.
 Lloraban sus amoratados ojos de una forma constante,siempre encontraban un motivo para estar húmedos, siempre conseguían desviar su atención de lo verdaderamente importante...aquello que solo se ve con ellos cerrados.Era tal la sensación de impotencia que su forma de actuar cambió por completo, toda la ternura que había demostrado en otro tiempo se convirtió en una infranqueable coraza de indiferencia, opaca armadura que impedía  al sol iluminar su corazón, que poco a poco se volvía más oscuro e insensible...corazón que en lugar de bombear "vida" repartía un veneno tan amargo como la hiel.
 Encerrado en esas cuatro paredes veía pasar los días y, su único contacto con el mundo exterior era un pequeño transistor del que emanaba una voz, tan gastada como las pilas que lo hacían funcionar. Nunca supo de quien provenía la voz que ponía banda sonora a su vida, no sabía quien acompañaba desde la distancia esos brindis al vacío...
 Cigarro humeante  en una mano, decrepita como su rostro; en la otra una copa de coñac que saboreaba como si fuese el último trago que le brindaría esta vida y no se podía imaginar cuanta razón tenía. Cada sorbo era paladeado como si fuese el último, como si en ellos tuviera la respuesta a una pregunta que nunca se atrevió a plantearse y que a día de hoy martilleaba su cabeza llevándolo de cefalea en cefalea...
Hoy nada le parecía como siempre, su pena era incluso más pena que de costumbre, la radio se entrecortaba y la botella llegaba a su final, el humo de tabaco era cada vez más denso y oscuro...parecía que era una señal que no supo interpretar.
 De repente esa voz gastada del transistor enmudeció, la botella cayó al suelo y el cigarro inhaló los últimos restos de vida de aquella alma oscura. Llegó el final, sus alas no volvieron a crecer y él, que aspiraba a volver a tocar el cielo, se tuvo que conformar con un viaje infernal.