"Querida desconocida:"
Así comenzaba una de las cartas que tenía ante sus ojos, todas fiel reflejo del daño que había causado a la gente que se había atrevido a sentir algo por ella. No se porqué, pero hasta ayer no fue capaz de volver a
ponerse delante de esas misivas y leerlas, no quería recordar tanto daño causado y menos los rostros de todas las víctimas que dejó en su camino.
Pensó que leerlas le llevaría a la redención, sin darse cuenta que el perdón al que aspiraba no se conseguía de esta manera. Quería sentirse liberada pero lo único que consiguió fue despertar todos los demonios que descansaban en su interior. Leía cada palabra
con dolor, con angustia, con miedo...pero sobre todo las leía en
soledad, sintiendo que esa era la única forma que tenía de ponerse en el lado contrario. Sabía que había sembrado de soledad unos campos en los que antaño no había un solo momento de silencio. Lo único que lograba con su actitud era sentir el mismo dolor que provocó pero ni eso sirvió para poder sentirse en paz consigo misma... Tras leer la última de tus cartas, y recordar la pasión que ponías al escribirlas sus ojos empezaron a llorar dedicándote las lágrimas que te mereces, las mismas que te robó y que hicieron palidecer esos ojos azules hasta convertirlos en grises.
Ahora, todo se había vuelto en su contra, le dolía no poder estar juntos, sufría por no poder coger tu mano; pero sin lugar a dudas lo más doloroso era no poder mirarte a la cara, ella sabía que la habías perdonado, pero el perdón más necesario, el suyo propio, todavía estaba por llegar y ya eran muchas noches en vela esperándolo.
Quería acercarse a ti y preguntarte mil cosas, pero lo único que podía hacer al verte era mirar al suelo para no tropezar con sus pasos temerosos y descoordinados.
Su mayor deseo era poder dirigirte unas palabras y que le dijeras: "Recuperé el tiempo que me robaste, alguien lo guardaba en su corazón para entregármelo".
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